Por favor no me des la
aridez; ya fui sequía luengos ocasos. Porque cuando esos ojos dejaron de
acariciarme mi cuerpo se disecó y fui desierto: la vida se escondió y el viento
por las noches, frío y furioso, se oía a la distancia. Viví lo sublime y luego
su lenta y tormentosa degradación, su desgaste, su inevitable descomposición: Vi gusanos brotar de lo que fermenta y quise llevarlos a mi boca con manos desesperadas. Una piel que era lejanía y mi cuerpo
helado temblando de dolor soledad sufrida.
ab-12
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